jueves, 31 de julio de 2008

Sol



Aún cuando el día a día se presente vertiginoso y cambiante, aún cuando a cada momento halle más obstáculos mi memoria, aunque la pérdida supere con creces a la retención; siempre logras aparecer por entre los resquicios de mi incapacitada mente. Quizás no de la manera correcta, enviciada en el acto mismo de la culpa y la autocompasión, o en alegría máxima por vanalidad. Siempre estás ahí; ahora mismo, regañándome por estar despierta aún; percatándote de que no cambio mi manera de expresar, superflua y sumeditada a mi voluble estado anímico, quizás con matices de ira por el ritmo melódico de la canción que me dedico a escuchar, y que mejor cambiaré. En cada rayo de sol que vislumbro entre las cortinas de humo con que la niebla logra apartar a mi mente de lo esencial. Sé otra vez el sol; apártame del vacío carisma de otra noche más sin otra careta que utilizar. Veo luces en lo alto de la ventana. Una luz frente a mí. Siento el sol en mi rostro, tibios rayos penetrando lo escabroso de mi tez. Repentinas ráfagas de viento enjugando mis lágrimas, sonidos impetuosos deleitando a mi inconsciencia. Tonalidades que despiertan mi interés en el otoño. Hojas cayendo desde lo alto, transfigurando la muerte del sol, permitiendo que el viento las arrastre al compás de una deliciosa melodía, la voz de la brisa que me enseña, pese a la lluvia, que la libertad es la eterna compañera de quiénes ven en la muerte, condena. Detrás de tanta parafernalia, está el sol. Sé nuevamente el sol, enséñame tu muerte y resurrección diariamente, cuéntame, mientras la luna vele mis sueños, que nunca tu luz se habrá de extinguir. Que todo estará bien; enséñame a leer el significado de cada aurora en tu rostro, el sentido de cada ocaso en el debilitamiento de tus rayos, el pudor que tiende a esconder a ciertos cuerpos en las sombras, la ignorancia que me obliga a contemplarte a través de las ramas de un árbol cuya edad indica el tiempo que te has de ausentar. Sé eternamente mi sol, aquel astro que vigile mis actos, que le enseñe a esta simple mortal por qué no hay que temerle a los desenlaces, que simplemente nuevos comienzos serán. Sé mi sol. Entibia el frío fulgor de mi rostro, acaricia mis manos con el tenue resplandor de tu nacimiento, deleita a mis ojos con tu sutil invitación a conocer las estrellas. Dame razones para aprender a leerlas, para encontrarte en ellas de noche, cuando escapes y tu luz se disemine en el infinito espacio que circunda mi mentalidad. Sé mi sol. Quiero observarte en lo alto. Quiero que, cada noche, te despidas de mí, acaricies mi piel con tu suave dedo de cristal, y me digas adiós; y que tu luz por las mañanas me ayude a empezar; porque estarás aquí, en cada nuevo día, en cada despertar. Porque si hay algo que prefiero antes que a la lluvia, es el observar como, después de la tormenta, siempre sale el sol.